El buen partido que la memoria olvidará
Tras la victoria azul y, sobre todo, las imágenes con las que concluyó el encuentro, Heri Frade hace una reflexión del derbi asturiano. Le gustó el partido, el comportamiento de Ziganda y pide cordura a los dirigentes deportivos y políticos
Desgraciadamente para todos los que amamos el Fútbol y Asturias, las trifulcas tras el pitido final van a ser las imágenes que queden para los resúmenes de los próximos días y para el imaginario popular. Siempre digo que el derbi me da un poco de pereza porque veo que saca lo peor de la gente y ayer, y no soy de esos que ansían tenerla siempre y en todo lugar, me acabé cargando de razón.
Ziganda, que en lo deportivo ya está convenciendo, lo confiesen o no, a muchos de los que han estado clamando por su despido hasta hace no hace tanto, se mostró ayer como un paisano y un señor, que en nuestra tierra son palabras que encierran matices diferentes. Paisano, protegiendo a un jugador suyo, Femenías, y señor, pidiendo disculpas por si los suyos pudieron prender con alguna chispa esa hoguera montada con leños de irresponsabilidad por parte de dirigentes deportivos y políticos, incapaces de generar un mínimo espacio de respeto y convivencia para que la gente normal, que afortunadamente sigue siendo la mayoría, traslade al campo de la verdad la piquilla de las tertulias.
Seguramente, si los jugadores del Real Oviedo hubieran visto un “quesito azul” en los graderíos, habrían ido directamente hacia allí a celebrar la victoria y no lo hubieran hecho de manera diseminada, lo cual, de ninguna manera, justifica las reacciones barriobajeras recogidas por el árbitro en el acta y otras muchas que se irán al limbo disciplinario salvo que el club carbayón las denuncie, que yo no lo haría, o se dé una inhabitual actuación de oficio por parte del comité de Competición.
Y es una pena porque, futbolísticamente, había salido uno de los mejores derbis que recuerdo. Fue un partido partido, con momentos y ocasiones para los dos, quizá más de estas para el Sporting, y jugado de poder a poder, cada uno con sus armas actuales. Los rojiblancos, de manera directa para buscar cuanto antes las bandas y a Djuka. Los azules, armados atrás, (aún sin David Costas, perfectamente reemplazado por Tarín, que para eso vino, para apretarle las clavijas a una pareja de centrales que se podría haber acomodado en su propia solvencia) y con el equilibrio necesario entre corazón y cabeza para que la calidad, sobre la base de la confianza clasificatoria y de las dinámicas, tan importantes en el Fútbol y en la vida, fluyera de medio campo en adelante.
Un escenario inmejorable, duelos por cada centímetro de terreno, paradas de los porteros, detalles individuales... ¡Hasta el árbitro acabó relativamente entonado en su labor casi imposible después de un comienzo poco halagüeño!
El derbi terminó resolviéndose como se resuelven el 95%, si es que se resuelven, por un hecho aislado. Y, como en el 95% de los casos que se puedan dar en cualquier partido de cualquier categoría, si había de acontecer una jugada especialmente desgraciada, como un gol en propia, esta le sucedió en contra al peor clasificado, aunque sin olvidar que todo partió de una extraordinaria acción tejida por Brugman y Pierre, dos de los mejores de la velada.
Ojalá no haya partido de la máxima la próxima temporada porque el Real Oviedo acabe haciendo la machada completa, difícil aunque no imposible, y si lo hay, tiempo queda para que todos hagamos la introspección necesaria, desde nuestras diferentes responsabilidades como aficionados, comunicadores, dirigentes y deportistas, para que un espectáculo futbolístico y ambiental como el que se vivió ayer no quede sepultado, a ojos de los que no tienen la suerte de ser o participar de nuestra dual tierrina, por una gresca que ni la representa ni le hace justicia.